La máquina retractiladora cumple una función esencial en el embalaje: empaquetar la mercancía a través de un film termoplástico que se adapta al paquete. Descubre todo sobre la función y beneficios que brinda esta solución para embalaje industrial.
La protección de la mercancía es un factor primordial para toda industria que comercializa sus productos. El retractilado es un proceso que hace a la seguridad de los mismos para que lleguen en óptimas condiciones a su lugar de destino.
La retractiladora es una máquina manual, semiautomática o automática empleada en el proceso final de la línea de producción con la finalidad de retractilar plástico sobre los productos y embalajes de empresas, centros de logística o fábricas.
En el proceso de envoltura que realiza la máquina de retractilar, el film termoplástico es el gran protagonista. Durante el momento de retractilado se estira para luego ser contraído mediante calor y, de esta manera, poder envolver al producto.
Una gran cantidad de empresas de diversos sectores emplean este procedimiento para agilizar la cadena de producción, de atención y, además, para proteger los productos. Algunos de estos sectores corresponden al ámbito de la hotelería, alimentación, industria textil, electrónica, etcétera.
Pero ¿Cómo funciona concretamente esta maquinaria? El orden que atraviesa este proceso en las retractiladoras más empleadas es el siguiente:
Como podemos imaginar, a través de este proceso nuestros productos adquieren múltiples beneficios como la protección y seguridad de nuestra mercancía y, por consiguiente, nuestra empresa promueve una buena imagen, adquiriendo reputación de marca que será valorada por los clientes al recibir un pedido en óptimo estado.
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Existe una gran cantidad de máquinas de retractilar que son útiles para las necesidades particulares de cada industria.
Antes de seleccionar una, es importante considerar algunos factores que influyen en una correcta elección como el peso de los paquetes a envolver, el tiempo de empleo o carencia que sufrirá la maquinaria en un tiempo determinado, la cantidad de productos que se pretenden retractilar, los tiempos programados de la producción, el nivel de automatización requerido, objetivos de eficiencia, entre otros.
Además, debemos comprender que toda máquina de este tipo requiere de dos grandes tareas: el sellado y el retractilado. Para lograrlas, el mercado nos ofrece 3 tipos de soluciones: manuales, semiautomáticas y automáticas. En función de estas tipologías, los modelos son variados.
Son máquinas ideales para pequeñas y medianas producciones (300/400 diarios). En este caso un operario es el encargado de todo el proceso: envolver el film sobre la mercancía y ubicarla en la maquinaria para aplicarle calor a través de una pistola especial.
Este equipo se compone de una selladora, portabobinas y la pistola de calor mencionada. Su máxima ventaja es que se trata de una máquina económicamente accesible, ocupa muy poco espacio en una empresa, la practicidad de su manipulación y su fácil manejo.
Realmente es una solución versátil y muy económica cuando disponemos de pequeñas cantidades de productos diarios para retractilar.
En este caso el procedimiento se realiza con un operario y una de las fases la realiza la máquina en su totalidad: el encargado se ocupa de envolver al producto con el film plástico y, mediante la ejecución de un botón o pedal, el equipo se ocupa del sellado y retractilado.
Los modelos más habituales son retractiladora campana, nombre que hace referencia a la zona superior que abre y cierra para el retractilado del embalaje y se asemeja a la forma de una campana. Es una opción ideal para trabajar sobre un mayor volumen de productos y para series cortas o esporádicas.
En este caso, el operario sólo se ocupa de ubicar el producto en la maquinaria, la cual se encarga de realizar todas las fases del procedimiento: aplicar el film termoplástico, sellar y retractilar.
Son equipos más costosos y muy utilizados para grandes producciones de mercancías.
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Es muy importante realizar un mantenimiento periódico a la maquinaria para evitar deterioros y mal funcionamiento que con el tiempo pueden generar averías importantes que imposibilitan su función para siempre.
Lo recomendable es hacerlo cada seis meses o un año, dependiendo del tipo de máquina utilizada y el tiempo de uso diario.
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